Monday, October 01, 2007

Es la tercera vez que paso junto a la pared donde fusilaron a Maximiliano de Hamburgo. Recordé la locura de Carlota y sus celos bien justificados. Su emperador se paseaba entre los rosales del Jardín Borda con otros amores allá en Cuernavaca mientras ella bebía chocolate.
Unos ojos azules se posan sobre mí y escuchó: “estar contigo es como subir al Popocatepetl”. Un beso sella el no compromiso, el mío. Me voy. Dicen que algún día debo terminar con mi autocastigo.

Hace un par de días fui a la condonería y compré un condón femenino –muy cómodo- el encargado pretendió entregármelo en la bolsa negra.

--No, démelo así, lo llevaré en la cartera. Siempre lo quise hacer.

Las vacaciones m e permitieron hablar mucho con los niños pasaron todo el verano con sus abuelos. Están bien, suenan contentos.
Bisbirije me reclamo que no fuera en septiembre a verlos. La jodida economía y los boletos carísimos.
Ahí vamos, traspasando el umbral, sin saber si habrá luz o oscuridad, al final das un paso esperanzado. Al principio una luz y luego oscuridad la costumbre no te permite ver cuando todo es tinieblas.

Pisar el aeropuerto de Barajas de abría como un claro después de horas de vuelo trasatlántico y de otras tantas de estar custodiana por una policía negra en el aeropuerto de Nueva York.

El niño tiene dos meses, un clon de su padre. Sus ojos claros y esos hoyuelos coronando su sonrisa desdentada.
Un bebé que había asistido a un seminario, su madre, empeñada en seguir aprendiendo, en seguir siendo ella, lo había llevado. Ante la mirada incrédula y condenatoria de varios asistentes. Un día quien impartía el seminario se acerco a ella, acaricio al niño y le comentó que también el bebé merecía su reconocimiento por su asidua asistencia y bien portada conducta.

Eso fue lo último que hizo en México, no sabía no percibía todo lo que dejaba: la familia, país, un futuro más cierto y seguro que al que se enfrentó con una relación, mal planteada. (Las relaciones casi nunca se plantean como proyecto se viven).